miércoles, 11 de enero de 2017

Acanto (Acanthus mollis)

Una antigua leyenda cuenta que Calímaco, al ver un ejemplar de esta planta enroscada en una canastilla ofrendada junto a la tumba de una doncella, tuvo la inspiración de crear la típica ornamentación de los capiteles corintios.

 
"Extasiada en dicha visión, los pinjantes medievales del tabernáculo de Orcagna parecieron fundirse y recobrar susformas primitivas, de tal manera que el lánguido loto delNilo y el acanto griego aparecían entrelazados con los nudos rúnicos y los monstruos de cola de pez del Norte. Cualquier forma plástica de terror o belleza creada por la mano del hombre desde el Ganges hasta el Báltico oscilaba y se entremezclaba en la apoteosis de la María de Orcagna. Y el río no cesaba de empujarme hacia delante." De Cuentos inquietantes.

A Edith Wharton (Nueva York, 1862-Saint-Brice-sousForêt, Francia, 1937), no se le ha reconocido lo suficiente su deslumbrante maestría en la técnica del relato de suspense o de terror.  Su obra más conocida es “La edad de la inocencia” (1920), ganadora del premio Pulitzer en 1921

“Junto al aparador de la porcelana y debajo de Ratafee estaba el arpa de Emma, verde y decorada con volutas doradas y hojas de acanto a la manera de David. A veces, de pequeña, Laura entraba a hurtadillas en la sala vacía y punteaba las cuerdas que no estaban rotas. Estas respon­dían con voz melancólica y distraída, y Laura se regodea­ba con el miedo que le producía pensar que el fantasma de Emma regresaba para tocarlas con dedos gélidos, en­trando en la sala vacía tan sigilosamente como lo había hecho ella. Pero el de Emma era un fantasma apacible. La joven había fallecido de un debilitamiento, y, cuando yacía muerta con un puñado de campanillas de invierno bajo las manos entrelazadas, le cortaron un mechón del cabello para bordarlo dentro de la imagen de un sauce con las ramas extendidas sobre una tumba acolchada de blanco satén. «Eso», decía la madre de Laura, «es una reliquia familiar de tu tía abuela, que pasó a mejor vida». Y Laura sentía lástima por la pobre Emma que, según le parecía, era la única de todos sus parientes que había te­nido la desgracia de morirse”. De Llolly Willoweso el amante cazador.
Autora: Sylvia Tonwsend

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